Las vacas, cuyo pelaje no crecía ya con regularidad, mugían de placer al salir de sus establos. Alrededor de las ovejas, con su espeso vellón, los corderillos saltaban torpemente. Los niños corrían descalzos por los húmedos senderos, donde dejaban impresas sus huellas. Las campesinas conversaban alegremente a orillas del estanque, ocupándose en blanquear su ropa; y por todas partes resonaban el hacha de los campesinos y el crujido de las carretas. La primavera imperaba en todo su esplendor.