Cuando se apretaba el botón, la máquina hacía un reconocimiento de los gustos del sujeto, para luego realizar un análisis espectroscópico de su metabolismo y enviar tenues señales experimentales a las zonas neurálgicas de los centros del gusto del cerebro con el fin de averiguar lo que era de su agrado. Sin embargo, nadie sabía exactamente por qué lo hacía, porque de modo invariable siempre suministraba una taza de líquido que era casi, pero no del todo, completamente distinto del té.