Cae la lluvia una vez más, el silencio permanece. No hay voces ni abrazos; solo el eco de mis propios pasos. Esta vez no me cubro del agua: dejo que me moje, que caiga sobre mí y me empape; aunque cale, estoy aquí, y eso vale. La lluvia no grita, no juzga, no miente; solo cae, constante, paciente. Y en su sonido suave y callado, encuentro un consuelo inesperado. Que llueva, entonces, que llueva sin parar, porque en medio de todo sigo aprendiendo a respirar.