El muchacho comenzó a mirar al frente, hacia el horizonte. En la lejanía se divisaban montañas, rocas y plantas rastreras que insistían en vivir en un lugar en el que la supervivencia era imposible. Allí estaba el desierto, que él había recorrido durante tantos meses y del que, aún así, sólo conocía una pequeña parte. En esta pequeña parte había encontrado ingleses, caravanas, guerras de clanes y un oasis con cincuenta mil palmeras y trescientos pozos.