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Bruh, where did the zero width space in between the t and the last period …

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Guía del autoestopista galáctico
Se componía en su mayor parte de ingenieros e investigadores que habían construido el Corazón de Oro; por lo general eran humanoides, pero aquí y allá había unos cuantos atominarios reptiloides, un par de fisucturalistas octopódicos y un hooloovoo (un hooloovoo es un matiz superinteligente del color azul).

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La isla de Francia tenía unos treinta kilómetros de largo por siete y medio de ancho, era arenosa y en forma de luna creciente. En realidad, parecía existir no tanto como una isla por derecho propio sino en cuanto simple medio de definir la curva extensión de una enorme bahía.

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Ford Prefect estaba desesperado porque no llegaba ningún platillo volante; quince años era mucho tiempo para andar perdido en cualquier parte, especialmente en un sitio tan sobrecogedoramente aburrido como la Tierra.

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En realidad, lo que verdaderamente buscaba cuando miraba al cielo con aire distraído, era cualquier clase de platillo volante. Decía que buscaba uno verde porque ese era tradicionalmente el color de los exploradores comerciales de Betelgeuse.

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Esas noches solían acabar mal. Ford se ponía ciego de whisky, se acurrucaba en un rincón con alguna chica y le explicaba con frases inconexas que en realidad no importaba tanto el color de los platillos volantes.

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A veces se apoderaban de él extraños estados de ánimo; se quedaba distraído, mirando al cielo como si estuviera hipnotizado, hasta que alguien le preguntaba qué estaba haciendo. Entonces parecía sentirse culpable durante un momento; luego se tranquilizaba y sonreía.

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A la mayoría de los amigos que había hecho en la Tierra les parecía una persona excéntrica, pero inofensiva; un bebedor turbulento con algunos hábitos extraños. Por ejemplo, solía irrumpir sin que lo invitaran en fiestas universitarias, donde se emborrachaba de mala manera y empezaba a burlarse de cualquier astrofísico que pudiera encontrar hasta que lo echaban a la calle.

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Había algo raro en su aspecto, pero resultaba difícil determinar qué era. Quizá consistiese en que no parecía parpadear con la frecuencia suficiente, y cuando le hablaban durante cierto tiempo, los ojos de su interlocutor empezaban a lagrimear. O tal vez fuese que sonreía con muy poca delicadeza y le daba a la gente la enervante impresión de que estaba a punto de saltarles al cuello.

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No era exageradamente alto, y sus facciones podían ser impresionantes pero no muy atractivas. Tenía el pelo rojo y fuerte, y se lo peinaba hacia atrás desde las sienes. Parecía que le habían estirado la piel desde la nariz hacia atrás. Había algo raro en su aspecto, pero resultaba difícil determinar qué era.

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Pero, por descuido, había cometido un error al quedarse un poco corto en sus investigaciones preparatorias. La información que había obtenido le llevó a escoger el nombre de "Ford Prefect" en la creencia de que era muy poco llamativo.

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Su amigo había llegado por primera vez al planeta Tierra unos quince años antes, y había trabajado mucho para adaptarse a la sociedad terrestre; y con cierto éxito, habría que añadir. Por ejemplo, se había pasado esos quince años fingiendo ser un actor sin trabajo, cosa bastante plausible.

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Por una coincidencia curiosa, ninguno en absoluto era exactamente el recelo que el descendiente de los simios llamado Arthur Dent abrigaba de que uno de sus amigos más íntimos no descendiera de un mono, sino que en realidad procediese de un pequeño planeta próximo a Betelgeuse, y no de Guilford, como él afirmaba.

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De ningún modo era un gran guerrero; en realidad, era un hombre nervioso y preocupado. Aquel día estaba especialmente nervioso y preocupado porque había topado con una dificultad grave en su trabajo, que consistía en quitar de en medio la casa de Arthur Dent antes de que acabara el día.

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En realidad, probablemente se trate del libro más notable que jamás publicarán las grandes compañías editoras de la Osa Menor, de las cuales tampoco ha oído hablar terrestre alguno.

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La pared desafiaba la imaginación, la atraía y la derrotaba. Era tan pasmosamente larga y alta, que su cima, fondo y costados se desvanecían más allá del alcance de la vista: solo la impresión de vértigo que daba era capaz de matar a un hombre.

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Arthur miró a su alrededor con una especie de horror maravillado. Colocados delante de ellos, a una distancia que no podía juzgar ni adivinar siquiera, había una serie de suspensiones curiosas, delicadas tracerías de metal y de luz colgaban junto a vagas formas esféricas que flotaban en el espacio.

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Parecía absolutamente plana. Se hubiera necesitado el equipo de medición láser más perfecto para descubrir que, a medida que subía, hasta el infinito al parecer, a medida que caía vertiginosamente, y a medida que se extendía a cada lado, se iba haciendo curva. Volvía a encontrarse a sí misma a trece segundos-luz. En otras palabras, la pared formaba la parte interior de una esfera hueca con un diámetro de unos cuatro millones y medio de kilómetros y anegada de una luz increíble.

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Arthur percibió que sus sentidos giraban y danzaban al viajar a la inmensa velocidad que, según sabía, alcanzaba el aerodeslizador; ascendían lentamente por el aire dejando tras ellos la puerta por la que habían pasado como un alfilerazo en el débil resplandor de la pared.

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En realidad, no era el infinito. El infinito tiene un aspecto plano y sin interés. Si se mira al cielo nocturno, se atisba el infinito: la distancia es incomprensible y, por tanto, carece de sentido. La cámara en que emergió el aerodeslizador era cualquier cosa menos infinita; solo era extraordinariamente grande, tanto que daba una impresión mucho más aproximada de infinito que el mismo infinito.

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La Guía del autoestopista galáctico es un compañero indispensable para todos aquellos que desean dar sentido a la vida en un universo infinitamente complejo y confuso, ya que, aunque no puede ser útil o informativa en todos los asuntos, al menos hace la tranquilizadora afirmación de que donde es incorrecta es al menos definitivamente incorrecta. Y en casos de gran discrepancia, siempre es la realidad la que se equivoca.