Las distracciones de Alejandría empezaban a agotarse. Flegón, que conocía todas las curiosidades locales, la alcahueta o el hermafrodita célebre, nos propuso visitar a una maga. Aquella proxeneta de lo invisible habitaba en Canope. Acudimos de noche, en barca, siguiendo el canal de aguas espesas. El trayecto fue aburrido. Como siempre, una sorda hostilidad reinaba entre los dos jóvenes; la intimidad a la cual yo los forzaba no hacía más que aumentar su mutua aversión.