Cuando es abril y las hojas caen en un delicado esplendor ocre, me quedo sentado en el alféizar de la ventana viendo esa pequeña danza desde la copa del árbol hasta el suelo. Salgo a la calle y comienzo a pisar las hojas secas que se encuentran en la vereda. Su crujido me hace acordar a las mañanas en la casa de mis abuelos, el mismo crujir de las tostadas en el desayuno. Después, vuelvo a mi habitación, en silencio, pero con las hojas secas aún crujiendo en mi mente.