Aquella raza, desde el principio y continuamente (o sólo con un breve intervalo) no había estado en conflicto con la naturaleza y el escenario natural que la había sostenido. Había permanecido en íntima relación con ella, sin divorciarse. En consecuencia, su lucha, la de ser representado en aquel granito, era la lucha con su reposo natural (el torpor, podría decirse), mientras que la lucha del hombre había estado dirigida principalmente hacia afuera, contra las fuerzas que creyó se le oponían.