Mientras cerraba la carta con lacre, se preguntó cuánto tardarían los cartagineses en comprender que, para hacer frente a un enemigo como Roma, necesitarían una Siracusa fuerte a su lado. ¡Qué necios!, pensó, estampando su sello favorito sobre el lacre. Toda la campaña era de una estupidez flagrante. Si los cartagineses hubieran llegado por la retaguardia, los romanos se habrían encontrado en una situación lamentable.