Abrí por completo los ojos y, siguiendo una invete¬rada costumbre, me di a pensar si tenía algún motivo de alegría. Ante los apuros de los últimos tiempos, todos mis efectos habían tomado, uno tras otro, el camino de la casa de empeños. Abatido y nervioso, dos o tres veces tuve que guardar cama durante todo el día, a causa de los vahídos que me daban. De vez en vez, cuando la suerte me sonreía, llegaba a cobrar hasta cinco coronas por un artículo en algún periódico.