Los dos médicos presentes, uno oficialmente, y otro por parte del promotor de la encuesta, reconocieron un hecho extraordinario: se apreciaba en la mujer una leve respiración y la acción correspondiente de su corazón. Sus miembros eran perfectamente flexibles, la carne elástica, y el cuerpo dentro del ataúd de plomo estaba inmerso en un baño de sangre de siete pulgadas de profundidad. Se presentaban, entonces, todos los reconocidos signos y pruebas del vampirismo.