Míralos qué guapos y qué tiernos, no saben que han estado ciegos; míralos qué monos, dormiditos, no entienden lo que se han perdido. Son carne de cañón, perezosos a granel dejándose llevar, mentes sin usar ni agitar. Van siempre por detrás, siempre en el redil, almas de cordero lechal...