Aquel jueves en particular, una cosa se movía silenciosamente por la ionosfera a muchos kilómetros por encima de la superficie del planeta; varias cosas, en realidad, unas cuantas docenas de enormes cosas en forma de gruesas rebanadas amarillas, tan grandes como edificios de oficinas y silenciosas como pájaros. Planeaban con desenvoltura, calentándose con los rayos electromagnéticos de la estrella Sol, esperando su oportunidad, agrupándose, preparándose.