Un silencio incómodo se hace en la biblioteca mientras aparto mi incrédula mirada de mi padre y la paso al hombre que está junto a él, al otro lado de la mesa. No tiene nuestro pelo negro, pero sí los ojos grises que mi familia ha compartido durante generaciones. Es alto, más alto que yo, pero resulta obvio que no tiene el porte de un príncipe. ¿De un noble? Quizá. Aunque sigue sin llegarme a la suela de las botas, por mucho que se envuelva en las mejores prendas y me mire desde arriba.