Guía del autoestopista galáctico
Curiosamente, lo único que pasó por la mente del tiesto de petunias mientras caía fue: "Oh, no, otra vez, no." Mucha gente ha especulado que si supiéramos por qué exactamente el tiesto de petunias pensó eso, conoceríamos mucho más de la naturaleza del universo de lo que sabemos ahora.
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Otra cosa que se olvidó fue el hecho de que, contra toda probabilidad, se había creado una ballena a varios kilómetros por encima de la superficie de un planeta extraño. Y como naturalmente esa no es una situación sostenible para una ballena, la pobre criatura inocente tuvo muy poco tiempo para acostumbrarse a su identidad de ballena antes de perderla para siempre.
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En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la galaxia, brilla un pequeño y mediocre sol amarillento. En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes digitales son de muy buen gusto.
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Una de las cosas que Ford Prefect siempre había encontrado más difícil de entender acerca de los humanos era su hábito de declarar y repetir continuamente lo muy obvio.
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Pero es una coincidencia extrañamente improbable el hecho de que algo tan impresionantemente útil pueda haber evolucionado por pura casualidad, y algunos pensadores han decidido considerarlo como la prueba definitiva e irrefutable de la no existencia de Dios.
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Ambos hombres habían sido entrenados para este momento, sus vidas habían sido una larga preparación para ello, habían sido seleccionados al nacer como los que presenciarían la respuesta, pero aún así se encontraron jadeando y retorciéndose como niños emocionados.
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Si después de eso añadió algo más, no se oyó. La escotilla se cerró completamente y desaparecieron todos los ruidos salvo el leve y distante zumbido de los motores de la nave.
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Ford encendió otra cerilla con la idea de encontrar un interruptor de la luz. De nuevo vislumbró sombras monstruosas que saltaban. Arthur se puso en pie con dificultad y se abrazó aprensivamente. Formas repugnantes y extrañas parecían apiñarse a su alrededor, el ambiente estaba cargado de olores húmedos que le entraban en los pulmones tímidamente, sin identificarse, y un zumbido sordo e irritante le impedía concentrarse.
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La lancha se deslizaba con un zumbido por el mar que dividía las islas principales del único archipiélago de tamaño utilizable de todo el planeta. Zaphod Beeblebrox había salido del diminuto puerto espacial de la Isla de Pascua (el nombre era una coincidencia que carecía enteramente de sentido; en lengua galáctica, pascua significa piso pequeño y de color castaño claro) y se dirigía a la isla del Corazón de Oro, que por otra coincidencia sin sentido se llamaba Francia.
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El zumbido que había en la habitación se incrementó repentinamente cuando varias unidades auxiliares de los tonos graves, montadas en altavoces sobriamente labrados y barnizados, entraron en funcionamiento por toda la habitación para dar más potencia a la voz de Pensamiento Profundo.
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Curiosamente, los delfines conocían desde tiempo atrás la inminente destrucción del planeta Tierra, y realizaron muchos intentos para advertir del peligro a la humanidad; pero la mayoría de sus comunicaciones se interpretaron mal, considerándose como entretenidas tentativas de jugar al balón o de silbar para que les dieran golosinas, así que finalmente desistieron y dejaron que la Tierra se las arreglara por sí sola, poco antes de la llegada de los vogones.
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Arthur lo siguió nervioso, y se sorprendió al ver a un hombre reclinado en un sillón con los pies sobre una consola de mandos y hurgándose los dientes de la cabeza derecha con la mano izquierda. La cabeza derecha parecía enteramente enfrascada en la tarea, pero la izquierda sonreía con una mueca amplia, tranquila e indiferente. La serie de cosas que Arthur no podía creer que estaba viendo era grande. Se le aflojó la mandíbula y se quedó con la boca abierta durante un rato.
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Tras una pausa de un microsegundo y una micromodulación magníficamente calculada de tono y timbre, algo que no podría considerarse insultante, Marvin logró transmitir su absoluto desprecio y horror por todas las cosas humanas.
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Este planeta tiene, o mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron para tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa extraña, ya que los pequeños trozos de papel verde no eran precisamente quienes se sentían infelices.
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Puedes usar una toalla como vela para navegar en una minibarca por el lento y pesado río Polilla; mojarla para usar en combate cuerpo a cuerpo; envolverla alrededor de tu cabeza para aislarte de los vapores nocivos, agitarla en emergencias como señal de socorro y, por supuesto, secarse con ella si todavía parece estar lo suficientemente limpia.
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Envuelta alrededor de la cabeza, una toalla sirve para evitar la mirada de la Voraz Bestia Voladora de Traal; animal sorprendentemente estúpido, supone que si uno no puede verlo, él tampoco lo ve a uno; es tonto como un cepillo, pero voraz, muy voraz.
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Una toalla, dice La Guía del autoestopista galáctico, es lo más útil que puede tener un autoestopista interestelar. En parte tiene un gran valor práctico. Puedes envolverla a tu alrededor para abrigarte mientras cruzas las lunas frías de Jaglan Beta; puedes recostarte sobre las brillantes playas de arena de mármol de Santraginus V inhalando los embriagadores vapores del mar, dormir bajo las rojas estrellas del desierto de Kakrafoon...
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Si hay algo más importante que mi ego en los alrededores, lo quiero capturado y matado cuanto antes.- Por un momento, no pasó nada. Luego, después de un segundo más o menos, nada continuó sucediendo.
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El espacio es grande. Simplemente no puedes creer cuán vasto, gigantesco y perplejamente colosal es. Es decir, puedes pensar que es un gran trecho hasta la farmacia, pero eso no es nada comparado con el espacio.
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Siempre había sentido que su vida entera era una especie de sueño enrevesado y a veces se preguntaba de quién podría ser y si esa persona lo estaba disfrutando.