Al Chato, vecino de la zona, desde que fue detenido por robar un gorrino en su pueblo, lo condenaron al fuerte. Desde muy niño, desde que se murió su padre, trabajó en la taberna del pueblo. Pero justo al comenzar la guerra la cerraron y en su casa su madre y sus ocho hermanos se quedaron sin el único sustento que entraba. Así que él, ni corto ni perezoso, salió a buscarlo. Funcionó un tiempo, pero no tardaron en pillarlo. No estaba acostumbrado a la bribonada y lo enviaron al calabozo.