Seguidamente me dijo que era el principal mezclador de perfumes de una de las grandes modistas de la ciudad. Y, poniéndose un dedo en la punta de su peluda probóscide, dijo que, probablemente, su nariz se parecía a cualquier otra nariz, ¿no? Me dieron ganas de decirle que por sus orificios salía más pelo que trigo crece en las praderas y de preguntarle por qué no le decía al barbero que se lo recortase, pero en vez de ello le confesé cortésmente que no veía nada extraño en ella.