Guía del autoestopista galáctico
Cuando se apretaba el botón, la máquina hacía un reconocimiento de los gustos del sujeto, para luego realizar un análisis espectroscópico de su metabolismo y enviar tenues señales experimentales a las zonas neurálgicas de los centros del gusto del cerebro con el fin de averiguar lo que era de su agrado. Sin embargo, nadie sabía exactamente por qué lo hacía, porque de modo invariable siempre suministraba una taza de líquido que era casi, pero no del todo, completamente distinto del té.
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Tras comenzar el día de manera bastante agitada, Arthur empezaba a reunir los fragmentos en que había quedado reducida su mente tras las conmociones de la jornada anterior. Encontró una máquina nutrimática que le proveyó de una taza de plástico llena de un líquido que era casi, pero no del todo, completamente distinto del té.
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El Vórtice de Perspectiva Total deriva su imagen de todo el Universo del principio del análisis de la materia extrapolada. Ya que cada pieza de materia en el Universo se ve afectada de alguna manera por toda otra pieza de materia en el Universo, en teoría es posible extrapolar toda la creación: cada sol, cada planeta, sus órbitas, su composición y su historia económica y social, por ejemplo, de un pequeño pedazo de pastel.
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Le pregunté si había venido a limpiar las ventanas y me contestó que no, que venía a demoler la casa. No me lo dijo de inmediato, por supuesto, oh no. Primero limpió un par de ventanas y me cobró cinco libras. Entonces me lo dijo.
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Y para este fin, construyeron una magnífica supercomputadora que era tan increíblemente inteligente que incluso antes de que sus bancos de datos se hubieran conectado descubrió el "pienso, luego existo", y llegó a deducir la existencia del pudín de arroz y el impuesto sobre la renta antes de que alguien lograra desconectarla.
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Las poderosas naves atravesaron los vacíos rincones del espacio y finalmente se lanzaron gritando sobre el primer planeta que encontraron, que resultó ser la Tierra, donde, debido a un terrible error de cálculo de escala, toda la flota de batalla fue tragada accidentalmente por un perro pequeño.
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Curiosamente, los delfines habían conocido por mucho tiempo la inminente destrucción del planeta Tierra y habían hecho intentos de alertar a la humanidad del peligro; pero la mayoría de sus comunicaciones fueron malinterpretadas como intentos divertidos de golpear pelotas de fútbol o silbar por pescado, por lo que finalmente se rindieron y abandonaron la Tierra por sus propios medios poco antes de que llegaran los Vogones.
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El pez babel es pequeño, amarillo, parece una sanguijuela y es la criatura más rara del universo. Se alimenta de la energía de las ondas cerebrales que recibe no del que lo lleva, sino de los que están a su alrededor. Absorbe todas las frecuencias mentales inconscientes para nutrirse de ellas. El resultado práctico de todo esto, es que si uno se introduce un pez babel en el oído, puede entender al instante todo lo que se diga en cualquier idioma.
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Y para todos los comerciantes más ricos y exitosos, la vida inevitablemente se volvió aburrida y abúlica, y comenzaron a pensar que esto era culpa de los mundos en los que se habían asentado.
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Y el renovado shock casi lo hizo derramar su bebida. La drenó rápidamente antes de que le ocurriera algo grave. Luego tomó otra rápido para seguir a la primera y comprobar que todo estaba bien.
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Un robot se sentaba melancólico en un rincón, con su lustrosa y reluciente cabeza de acero colgando flojamente entre sus pulidas y brillantes rodillas. También era completamente nuevo, pero aunque estaba magníficamente construido y bruñido, en cierto modo parecía como si las diversas partes de su cuerpo más o menos humanoide no encajasen perfectamente. En realidad ajustaban muy bien, pero algo sugería que podían haber encajado mejor.
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Tal como era, la cabina tenía un aspecto atractivo y funcional, con amplias pantallas de vídeo colocadas sobre los paneles de mando y dirección en la pared cóncava, y largas filas de cerebros electrónicos empotrados en la pared convexa. Un robot se sentaba melancólico en un rincón, con su lustrosa y reluciente cabeza de acero colgando flojamente entre sus pulidas y brillantes rodillas.
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La cabina, blanca en su mayor parte, era apaisada y del tamaño de un restaurante pequeño. En realidad no era enteramente oblonga: las dos largas paredes se desviaban en una curva levemente paralela, y todos los ángulos y rincones de la cabina tenían una forma rechoncha y provocativa. Lo cierto es que habría sido mucho más sencillo y práctico construir la cabina como una estancia corriente, tridimensional y oblonga, pero entonces los proyectistas se habrían sentido desgraciados.
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La cabina de control de Improbabilidad del Corazón de Oro era como la de una nave absolutamente convencional, salvo que estaba enteramente limpia porque era nueva.
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Otra cosa que no soportaban era el fracaso perpetuo con el que topaban en su intento de construir una nave que generara el campo improbabilidad infinita necesario para lanzar a una nave a las pasmosas distancias que los separaban de las estrellas más lejanas, y al fin anunciaron malhumorados que semejante máquina era prácticamente imposible.
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Aún se asombró más cuando, nada más concederle el Premio a la Extrema Inteligencia el Instituto Galáctico, fue linchado por una rabiosa multitud de reputados físicos que finalmente comprendieron que lo único que no toleraban realmente era a los sabelotodos.
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Mira, esas criaturas que tú llamas ratones, no son enteramente lo que parecen. No son más que la proyección en nuestra dimensión de seres pandimensionales sumamente hiperinteligentes. Todo eso del queso y de los gritos no es más que una fachada.
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Terrícola, el planeta en el que vivías fue encargado, pagado y gobernado por ratones. Quedó destruido cinco minutos antes de alcanzarse el propósito para el cual se proyectó, y ahora tenemos que construir otro.
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El mortífero ataque con proyectiles teledirigidos que iba a desencadenarse a continuación por un antiguo dispositivo automático de defensa, se resolverá simplemente en la ruptura de tres tazas de café y de una jaula de ratones, en ciertas magulladuras de alguien en el antebrazo, en la intempestiva creación y súbito fallecimiento de un tiesto de petunias y de una ballena inocente.
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Por favor, cálmese -dijo la voz en tono amable, como la azafata de un avión al que solo le queda un ala y uno de cuyos motores está incendiado-, están ustedes completamente a salvo.