Nylige kommentarer

Made Up On The Spot
Riddled with errors.

Ricardo Aguilera
Listo

Serita McKenzie
it was good

Suzanne Collins
thank you

MOOMOMOMMomo
I appreciate the honesty :)

Mer

Sitater

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Anónimo
La joven heredera se disponía a pasar la primera noche en su nueva casa, la que fue la casa de su familia, la casa en la que nacieron y murieron todos sus antepasados.

Anónimo
Desde ese momento, desde el mismo momento en que cerró la puerta de su habitación, la joven sabía que cualquier cosa podía suceder. La casa silenciosa, la humedad en las maderas... Aquella enorme casa vieja que el caprichoso destino quiso conservar del mal pasar del tiempo se levantaba, en medio del camino, entre rocosas montañas.

Anónimo
Sabía que algún día lo atraparía y no podría escapar. Va a trabajar caminando deprisa, no quiere ver su reflejo en la acera, lo ignora. Pero la sombra le pesa, hasta diría que le está oprimiendo, casi no puede con ella, no le deja respirar, hasta el punto de que acaba tirándole al suelo.

Anónimo
Muero por volar. Muero por ver la ciudad desde el cielo otra vez, aunque sea la última. Pero ya no es posible, ya no puedo. Nunca más podré. Es -era- mi forma de vida. Volaba desde antes del alba hasta el atardecer, para vivir, para comer, o simplemente porque no hay nada mejor.

Anónimo
Cuando entré en la habitación donde chillaba el violín, llamé al patrón. Solo obtuve ruido por respuesta. En la oscuridad, sentí frío. Encendí la luz, y encontré de frente al anciano, que yacía sentado en un sillón, perdida la mirada.

Anónimo
No comprendía cómo sus dedos artríticos podían sostener el violín. Menos aún, cómo podían deslizarse entre las cuerdas con tanta rapidez que hubieran parecido virtuosos si aquella música no sonase como la matanza del cerdo.

Anónimo
A las doce, como cada noche. Desde que alquilé una habitación en aquella oscura pensión, dormir era un sueño. Mi casero debió advertirme, antes de cobrarme por adelantado, de su costumbre de tocar el violín a medianoche.

Juanma Ruiz Suárez - Un hueco en la mina
Así que allí estaba yo, arrastrándome como miles de veces he hecho, pero sintiendo tanto miedo como la primera vez. Cuando llegué al final del túnel, pude ver lo que nos aguardaba, ante mí un sinfín de criaturas espectrales danzaban alrededor de una fogata de color verde, y comprendí que bailaban porque por fin eran libres.

Anónimo
No era habitual toparse con galerías que no fueran nuestras. Si, además, una luz tenue y unos ruidos surgían de ellas -como era el caso-, el temor nos invadía a todos, por muy bravucones que nos mostrásemos algunos.

Anónimo
Sus ojos, no obstante, parecían contener en su reflejo celeste el recuerdo de un mar, ahora distante, que en el pasado protegía del sol ardiente aquel páramo inhóspito en el que había quedado prisionero.

Anónimo
Su cuerpo de escalas cobrizas estaba adornado por sinuosas vetas doradas que parecían pintadas en un mismo trazo por la misma mano que había creado las serpenteantes dunas donde habitaban.

Ramón Casas - Pequeña Historia
En cuestión de segundos, se les estremeció el alma. No solo por lo que acababan de hacer, sino por la enorme serpiente dorada que estaba frente a ellos.

Anónimo
El sol estaba en su punto más alto haciendo huir a cualquier sombra que intentara aparecer. Tres mercaderes se dirigían a El Cairo después de una agotadora y productiva semana de mercado. Lo habían vendido todo, ahora eran muy afortunados. Solo había dunas, una interminable cadena de dunas por atravesar.

Anónimo
Quise huir de aquel lugar maldito pero su cuerpo agusanado me atrapó en un abrazo de hielo. La carcajada seguía zumbando en mis oídos y se colaba en mi cabeza como una tortura psicológica. Sentí sus manos aferradas a mi nuca y la proximidad de su aliento con olor a podredumbre. Mi resistencia fue inútil. Sus labios impregnados de horror me besaron y me hundí en los abismos del infierno.

Anónimo
La vi en el espejo, sonriéndome con el dulzor de una insinuación. Luego lanzó una carcajada al frío ámbito de cristal y su rostro se mudó en facciones de espanto. Se reía de mí, y yo me reí con ella a pesar de su monstruosa fealdad cadavérica.

Anónimo
Vi el fluorescente pestañeando molestamente. Sentí que algo me atenazaba el cuerpo, que no podía moverme, pero tampoco podía verlo porque la cabeza no respondía a mis órdenes. La lámpara seguía guiñándome ardorosamente el ojo para que reaccionara, pero su efecto era el contrario y lo único que despertaba en mí era un raro nerviosismo, un mudo hormigueo que recorría mi abdomen.

Anónimo
El reo temblaba. Cada músculo de su cuerpo actuaba con vida propia buscando salvarse por su cuenta pues el ser estaba irremisiblemente perdido. Su corazón era una locomotora mandando una presión enorme e innecesaria a su cuerpo inmóvil. Tiraba de sí hacia delante, pero el mástil del garrote le sostenía erguido.

Anónimo
Fue cuestión de segundos, bebió más de la cuenta, estaba alegre, aún oigo su carcajada. Para él no tiene remedio y para mí ya nada tiene sentido. Bajo del metro y recorro lentamente los trescientos sesenta y cinco escalones que me conducen a él.

Anónimo
Siento cómo corre el sudor por mi frente. Es tarde, de noche. El largo túnel del metro parece no tener fin. Tiemblan mis manos, estoy muy cansada. Intento pensar en algo agradable, pero mi mente se dirige una y otra vez al mismo lugar, al recuerdo imborrable del rictus de la muerte en su cara.

Anónimo
Siempre había creído que los asesinos tendrían otro aspecto. Tal vez pensaba que por el simple hecho de matar a alguien le cambiaría la mirada, le aturdirían los remordimientos o el nerviosismo entumecería sus movimientos. Se miró al espejo, pero su aspecto era el mismo.