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Riddled with errors.

Ricardo Aguilera
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Serita McKenzie
it was good

Suzanne Collins
thank you

MOOMOMOMMomo
I appreciate the honesty :)

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Anónimo
El movimiento del vagón y los chirridos de las vías son gritos ensordecedores que me impiden dormir. Levanto la cabeza despacio resignado a no pegar ojo el resto del camino. Miro el reloj y me inquieta la soledad del vagón.

Anónimo
Gradualmente, las caras asombradas de la gente que aún permanecía seria, desaparecieron, hasta que solo quedé yo. Mientras rezaba porque llegara la próxima parada de metro para bajarme de ese vagón infernal, empecé a sentir un ligero escozor en la garganta.

Anónimo
Primero fue la viejecita del sombrero rojo. Empezó como una risilla espasmódica que poco a poco fue evolucionando hasta una carcajada grotesca y franca, que la sacudía con estertores violentos. Luego fue el señor del bigote, sentado en frente de mí. Luego la niña con el uniforme de colegio, la embarazada, la pareja de enamorados. Todo el vagón de metro se sacudía con una alucinada carcajada sin motivo.

Anónimo
Creo que entró en la iglesia cuando había comenzado ya la homilía. Cuando el padre Urrutia aclaraba la metáfora del Infierno. Explicaba que todo había sido una imagen útil, una forma de explicar que el mal está en cada uno de nosotros.

Anónimo
El miedo y el esfuerzo intenso no me dejaban razonar, giré la cabeza y vi dos nuevos ojos mirándome, avancé cuanto pude pero un zarpazo sobre mi pecho me detuvo y me hizo caer.

Anónimo
Me giré sobre mis pasos y a medida que me acercaba a la habitación de mi compañero de piso, el olor se hacía más espeso. Vacilé antes de abrir la puerta. Las cortinas flotaban sin rumbo, despavoridas y sobre su lecho, mi amigo yacía con los ojos vidriosos y el cuerpo inerte, sin vida, acompañado por ella.

Anónimo
Aquella solución transparente navegaba por mis venas al tiempo que yo me dejaba seducir por mi viejo amigo. Solté una carcajada furibunda. Pero cuando creía alcanzar aquella sensación de ingravidez que en verdad nunca me había abandonado, ni siquiera en mis días de abstinencia, volví a oler el aroma lúgubre de su presencia.

Anónimo
Me volví a tumbar en mi cama y posé mis ojos en el cielo del techo. Varado en la amargura de mis pensamientos, sentí el cuerpo girar sobre sí mismo como las peonzas que tenía de chaval. El caballo volvía a hacer efecto.

Boris - Sin mí
Abrí los ojos y allí no estaba ella. Desesperado la busqué por toda la habitación. Lo único que hallé fue el vago rostro de su fragancia fúnebre en el pasillo. Se había ido y no me había llevado con ella.

Anónimo
Solté una risa sin malicia: era el monstruo del lago. Pero estaba viejo. Ni fuego por la boca ni postura imponente con la que amedrentar. Sin apenas dientes y con una lengua flácida bífida que ya no asustaba. Tuve la sensación de que había pasado años sin comer en la superficie, así que le di la cesta de mi merienda.

Anónimo
Era tal y como lo mostraban todas aquellas revistas, tal y como lo imaginaba... atardecer brumoso y celajes tardobarrocos. Como un fresco de Caravaggio o una tela, incluso, de De la Croix, enfrentamientos cromáticos que esperaba se reprodujeran como finalmente quedaron revelados a mi regreso a casa.

Anónimo
Fue entonces cuando lo pensé: resuelto, decidí adentrarme en el lago que lleva por nombre el del mítico monstruo. Tenía el pulso acelerado. No sé si por miedo a lo que pudiera allí ocurrir (no había que desdeñar las serpientes marinas), o, precisamente a que, de forma desilusionante, nada aconteciera.

Anónimo
Di unos pasos hacia ella y me asomé al pequeño lago. El agua era toda una sombra líquida. La mujer huyó sin moverse y con un gesto indefinido se preparó para el salto. El agua se acercaba suavemente invitándola al suicidio.

Anónimo
Miré al jardín. El sol se despedía de los árboles más altos. En un rincón oscuro una mujer apretaba a un niño contra su pecho como si quisiera apartarlo de la vida.

Anónimo
Ahora, tiempo después, sabía que todo estaba a punto de terminar. Él seguía siendo la sombra que la acechaba en el silencio sin dejarle un instante, ese sentimiento impregnado a sí misma tanto tiempo. Hubo un silencio largo al que le siguió otro todavía más prolongado. Entonces, alguien comenzó a forzar la cerradura de la casa.

Anónimo
Había compartido años de profundas emociones junto a él, años de verdadera pasión enloquecida, años junto a un desconocido que no permitió verla abandonar la casa cuando ni su cuerpo ni su mente le permitían pasar ni un solo minuto más junto a ese hombre.

Anónimo
Sabría que vendría para cumplir sus palabras, lo que le producía un sentimiento de culpabilidad que le oprimía hasta provocarle un agudo dolor en el estómago. El teléfono quedaba cerca, quizá quedaba tiempo para pedir ayuda, pero no era capaz de mover ni uno de sus miembros de la cama. Estaba encadenada a un futuro que ahora, estaba convencida, era el que le tocaba vivir.

Anónimo
El silencio atrapó la estancia sin darle siquiera tiempo a levantarse y dar la luz. Los sonidos de la noche invadieron la habitación, el ruido insoportable del motor del frigorífico, los rumores de los coches en la calle, el incesante estruendo del segundero del despertador. Todo llenaba el cuarto convirtiéndose en el preludio de la cita concertada.

Anónimo
Por un capricho del destino, de un animador de verbenas de hados... la sonrisa de una demasiado ociosa mujer una vida ha quitado, primero ungiendo la daga y luego de ella tirando... con un dolor más intenso que jamás nadie haya pagado, arrebatando el último estertor a un pobre villano.

Anónimo
El dolor inundaba su caja torácica, iba propagándose lenta y frenéticamente por su endeble figura. El sonido del viento golpeaba incesantemente sus oídos, siempre recordándole a esa carcajada caprichosa de la mujer que siempre tuvo su sentido corazón.